Necesitamos una estricta regulación de las externalidades y un buen esquema de incentivos a la inversión
La pandemia de Covid-19 tiene en un muchos sentidos la naturaleza de un apocalipsis. Pero no, o al menos no solo, en el significado que normalmente damos a este término en el lenguaje popular, de caos que amenaza nuestras vidas y nuestros medios de vida, sino en el que tenía en el griego original: el de una revelación de algo que estaba oculto a los ojos de la gente y que, de repente, se desvela. Algo así como ocurre con esas nubes oscuras y amenazadoras, preñadas de agua y electricidad, que en ocasiones nublan el paisaje y que al desplomar su contenido clarifican el horizonte.
El Covid-19 tiene este efecto de revelación de las tendencias que estaban ya ahí desde antes de la pandemia, pero que, en medio de la pleamar del crecimiento, permanecían ocultas u olvidadas en el día a día por los Gobiernos, las empresas y las familias.
De momento estamos viendo solo los efectos a corto plazo, en general dramáticos. Además del sentimiento de vulnerabilidad que el coronavirus nos ha inoculado, de momento hemos aprendido algunas cosas: que teníamos las prioridades equivocadas y estábamos mal preparados para afrontar una pandemia; que una pandemia global provoca una recesión mundial, pero con efectos muy desiguales entre países y dentro de cada país entre grupos sociales y actividades económicas; que los cierres de actividades dejarán a muchas empresas varadas temporal o definitivamente; que los confinamientos y el teletrabajo traen nuevas desigualdades sociales.
Pero, aunque de momento no somos capaces de verlos, los impactos de medio y largo plazo serán numerosos e importantes. Pero hay al menos tres tendencias que ya se observan de forma clara: un reequilibrio entre mercados y Estado, a favor de este último; un reequilibrio entre hiperglobalización y políticas nacionales (de cohesión, industriales, tecnológicas y medioambientales) a favor de estas últimas, y un cambio en las formas de pensar y las estrategias de crecimiento.
En relación con el progreso económico, la crisis del Covid-19 ilumina las opciones que las sociedades desarrolladas tienen para afrontar los dos grandes retos civilizatorios: la salud global y el cambio climático, que con mucha probabilidad es la próxima pandemia. Por un lado, está el camino del decrecimiento. Por otro, el de la ciencia y el conocimiento aplicado.
A primera vista podría parecer que lo que nos enseña la pandemia es que las restricciones a la movilidad de bienes y personas y el decrecimiento son buenas soluciones para la protección de la salud pública, la contaminación urbana y la emisión de gases de efecto invernadero que provocan el cambio climático. Algunos datos parecen apoyar esta opción. Por un lado, la reducción las restricciones a la movilidad, los cierres de fronteras y los confinamientos muestran su eficacia en el freno a la propagación del virus. Por otro, la recesión económica mundial que ha acompañado a estas medidas ha hecho que la contaminación y la emisión de gases disminuyan.
Pero esta solución es una falacia engañosa. Los virus viajan también a través de las fronteras cerradas. Además, el argumento del decrecimiento como solución a los problemas de contaminación y emisión de gases de invernadero, llevado al límite, sería como decir que la solución es la desaparición de la civilización humana. Los problemas sociales y políticos que vendrían de este tipo de soluciones serían peores que la propia enfermedad.
La otra alternativa para afrontar la protección de la salud global y la lucha contra el cambio climático es la ciencia y el conocimiento en general. Lo estamos viendo en el caso de la investigación que se está desarrollando en todo el mundo para la fabricación de vacunas contra el virus y en la mejora de los tratamientos clínicos contra los síntomas del coronavirus. La colaboración de los Gobiernos con los laboratorios farmacéuticos y los hospitales es el camino adecuado para hacer frente a esta y futuras pandemias de virus.
Lo mismo puede decirse de la contaminación urbana, la degradación medioambiental y el calentamiento global. Son manifestaciones de un modelo de crecimiento que ha descuidado las externalidades que se originan en la producción
Grupo de reflexión de AMETIC